miércoles, 10 de septiembre de 2008

TODOS SOMOS MAESTROS

Reflexión para quienes formamos parte de la comunidad educativa

Con motivo de celebrarse en este mes de septiembre: el día de la secretaria/o, el día mundial de la Alfabetización, el del maestro, el de los bibliotecarios, el de los profesores y el de los estudiantes, es decir todas fechas que nos recuerdan la presencia en pleno de la Comunidad Educativa, la Comisión Directiva de AEA, nos hizo llegar una líneas de la cual extraje el siguiente párrafo:

“Festejemos entonces nuestras prácticas, nuestras búsquedas de verdad, búsquedas largas, amargas, entusiastas, erráticas; búsquedas en comunidad y en presencia y compañía de Él que siempre está y nos tensiona y se encarna en ese Otro ―el pobre― que nos interpela.
Descubramos en las labores cotidianas esas miradas que hacen de la escuela esa Unidad Viva”.


En este sentido, estas palabras cobraron un sentido muy fuerte, y nos interpelaron en el día de ayer, cuando una MAESTRA de muchos de nosotros, Berta Braslavsky -la hayamos tenido en el aula, o la hayamos leído a través de sus textos o escuchado en alguna conferencia-, nos dejaba físicamente, para seguir estando presente para siempre en el recuerdo y en las prácticas escolares…
Pienso que el mejor homenaje que le podemos dar y nos podemos dar en esta ocasión no es un discurso cargado de palabras, que pueden terminar sin quererlo quedándose vacías de contenido, sino el recuperar a través de la narrativa el ser del maestro (TODOS DE UNA U OTRA MANERA SOMOS MAESTROS) y que cada uno pueda a través de este pequeño relato reflexionar y aprender algo para si y para nuestras comunidades:

"El maestro sufre:
Noche tras noche el discípulo díscolo se escapaba a escondidas de la escuela del maestro para disfrutar el vicio de hombre que se le negaba en el recinto sagrado del santo saber. Paredes altas cercaban el monasterio, pero el atrevido discípulo colocaba un taburete junto a la pared, saltaba desde él, a la vuelta saltaba sobre el mismo soporte y lo recogía hasta la noche siguiente. Nadie hablaba y se consideraba a salvo.
El maestro lo sabía. Nada se escapaba a su callada atención. Pensó en llamar al culpable y reprenderlo en privado o aun en público. Pero sabía que las reprensiones no cambian a la persona. El culpable encontraría otra manera y empeoraría el juego. Pensó en expulsarlo de la escuela de santidad, pero sabía que eso era condenarlo a sus pasiones sueltas en peores entornos. Y entonces pensó en otro remedio.
Esperó a la noche, cuando el discípulo colocó el taburete, se subió a él y saltó la pared de camino a su cita sensual. Entonces el maestro se acerco a la pared, quitó el taburete, y en el lugar donde estaba el taburete junto a la pared se quedó el mismo agachado a la mima altura esperando la vuelta del discípulo desmandado. Volvió este en la noche oscura, busco el lugar conocido, saltó el muro y encontró el escalón vivo del maestro inclinado que recibió su caída en su espalda, se incorporó sin una queja y lo saludo con una inclinación sin una palabra de reproche.
Nadie dijo nada. Nadie se enteró de nada. Nadie pidió perdón y nadie se sintió obligado a otorgarlo. Pero el discípulo no volvió a salir nunca. Cambiaron sus noches y cambiaron sus días. El maestro había sufrido por él".

Carlos G. Valles.
Ojos cerrados, Ojos abiertos. Instantáneas de la vida.
Madrid. Editorial PPC. 1996. pp.108-109.

Cordialmente.
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Prof. Dr. Gerardo Adrián Suárez
Director Coordinador del ILES

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